Tuesday, October 28, 2008

Los sueños vacíos de Mariko Mori


JUNIO DE 1999
Nueva York
por Naief Yehya

Cuatro sirenas retozan entre las olas artificiales del delirante parque acuático Ocean Dome, de Miyazaki, un siniestro y decadente océano sintético con olas mecánicas, arena y un cielo pintado en enormes paneles que sirven como escenografía. El Ocean Dome refleja a la perfección el universo de sueños comercializables que la artista japonesa de 32 años, Mariko Mori representa y convierte en espectáculo y artificio en su trabajo. Esta monstruosa réplica de una playa tropical es una buena metáfora de los placeres casi surrealistas que han pasado a formar parte del entorno urbano japonés contemporáneo pero también es presentado aquí como una especie de tecnoecosistema capaz de engendrar su propia fauna de híbridos artificiales, quimeras y seres fantásticos. Además las apabullantes dimensiones del fotomural Sueño vacío, de 1995 (2.74 X 7.32 X .3 m) reproducen dentro de la galería el efecto aplastante que crea el parque mismo. El Museo de Arte de Brooklyn exhibe hasta el 15 de agosto la retrospectiva Empty Dreams, de la obra de Mori, una artista que tuvo su primera exhibición en Nueva York en 1995 y que se ha convertido en una de las figuras más relevantes de la nueva generación.
Antes de tomar al mundo del arte por asalto Mori trabajó como modelo, más tarde en sus fotografías, videos, performances o instalaciones tomó el papel de la principal protagonista de una serie de paisajes delirantes, fantásticos o corporativos, arquitectónicos o comerciales, urbanos o bucólicos. Inicialmente introdujo seres fantásticos en contextos cotidianos, por lo que interpretó en sus fotos personajes que parecían escapados de los cómics y las caricaturas de ciencia ficción y fantasía japoneses, conocidos como manga y anime respectivamente. En su célebre Juega conmigo (94), Mori aparece en la entrada de un local de juegos de video, vestida con una especie de armadura super femenina que podría haber salido de un episodio de la serie Sailor Moon, de las aventuras de los transformers, de los filmes de Godzila de los estudios Toho (una veta inagotable de perversos sueños infantiles, inexplicables invasiones extraterrestres y toneladas de prodigios de la ciencia chatarra) o de los episodios de Pokemon. En este período Mori recupera la obsesión que tiene el entretenimiento popular nipón con las figuras femeninas casi infantiles y extremadamente sexuales. Aquí, como en esos dibujos animados, la carga erótica no tiende a conducir al clímax, sino tan sólo a crear un estado de seducción permanente en el que el erotismo se ve ablandado por una densa carga de monería pueril. Podríamos decir que en términos de contenido sexual, el trabajo de esta artista se sitúa en un punto intermedio entre los productos de Hello Kitty y la pornografía sadomasoquista nipona (infestada de mujeres disfrazadas con uniformes escolares).
La estrella pop (Nacimiento de una estrella, 95), la moderna geisha-androide (Ceremonia del té III, 94), la sirena (cuyas escamas parecen cds) o la robot de gráciles curvas metálicas (con resonancias de Friz Lang) son ciborgs que se sitúan en la frontera de lo técnicamente posible en una era dominada por la promesa de inteligencias artificiales, la perspectiva de la clonación humana, la aparición de especies transgénicas (vegetales y animales) y la utopia de una vida más satisfactoria y plena en el espacio virtual. Estos engendros pueden ser vistos pero no tocados, son seres inmateriales que parecen flotar inalcanzables y a la vez curiosamente triviales, objetos del deseo que paradójicamente nadie quiere poseer.
Mori explora la manera en que mitologías nuevas y antiguas afectan y son transformadas por el entorno hipertecnológico de la economía de mercado que rige las sociedades industriales. Aquí se encuentran en el mismo nivel las fantasías religiosas, la especulación científica y los fenómenos que generan los medios, como si todos fueran productos de consumo que pudieran promocionarse de manera semejante. La obra de Mori está vinculada con una estética publicitaria que recicla una variedad de modas y corrientes, pero esencialmente recupera y recifra clichés de la cultura y tradición japonesa.
Como se ha comentado mucho, las primeras obras de Mori recuerdan la serie Film Stills, de Cindy Sherman, donde la fotógrafa posaba como varios personajes estereotípicos del film noir. No obstante la obra de Mori dio un giro notable al adquirir proporciones colosales y una apariencia extremadamente glamorosa en sus murales fotográficos y un par de crípticos videos que tratan acerca de la comunión con la naturaleza, los espíritus del bosque y la búsqueda de la iluminación religiosa. Pero estos trabajos ponen en relevancia la superficialidad del medio técnico, el narcisismo de la cultura nipona, las fantasías adolescentes de la cultura de MTV y su propia fascinación con la moda y la tecnología. Una pieza particularmente vital es Kumano (un fotomural hecho por computadora y un video), una reflexión sobre la espiritualidad japonesa que debe su nombre a una península de la isla que es famosa por su belleza apabullante, por ser cuna de innumerables mitos religiosos y por ser uno de los destinos predilectos de los peregrinos budistas. La recreación de Mori parte de datos históricos y tradicionales pero incorpora elementos lúdicos, paródicos y cinematográficos como si intentara insertar a la cultura global mitos y ceremonias ancestrales en forma de entretenimiento exótico. La artista se transforma así en una divinidad de utilería que flota sobre bosques, desiertos, extrañas superficies acuáticas o pintorescas grutas gracias al fotomontaje o a sofisticados efectos digitales (en particular el video en tercera dimensión, Nirvana, de 97, el cual rompió todo récord de producción en el mundo del arte: 8 minutos=1 millón de dólares).
La obra de Mori es, a un primer nivel, una crítica mordaz de los usos y costumbres de una civilización enajenada, pero también es una celebración del vacío cultural que padece y goza la cultura global. No obstante, la parodia es más profunda, la exposición nos lleva del consumo compulsivo a la iluminación de los bodisatvas tibetanos levitantes e incandescentes del enorme mural Deseo ardiente (98), es decir que el vacío aterrador de una sociedad que ha olvidado el significado de sus mitos, la esencia de su cultura y que tan sólo sabe trabajar y comprar nos conduce de forma inexplicable a la bendición del vacío purificador, ya que no debemos olvidar que el nirvana es precisamente un vacío espiritual que significa un estado de perfección, armonía y equilibro.

No comments: